Hoy hace justo un año, bueno aún
no, mañana, aunque mañana habrá sido ayer… Esto es lo que pasa cuando te casas
un 29 de Febrero, que celebras el aniversario dos días, que digo yo que más
vale pasarse que quedarse corto. Mucha gente nos pregunta por qué elegimos esa
fecha. Pues porque sí, porque mola, sin más motivo.
Planear una boda suele ser un
coñazo: que si la lista de invitados, el restaurante, el menú, las flores, el
vestido… Sin embargo, para nosotros fue muy divertido, os cuento. Teníamos muy
claro que queríamos un día que fuera especial, sin tener que estar pendiente de
nada ni de nadie más que de nosotros mismos. Eso implicaba no tener más
invitados que los justos y necesarios, o sea, los testigos. Ya sé que mucha
gente no estará de acuerdo con esto, porque un día así quieren compartirlo con
la familia y los amigos, pero nosotros queríamos que fuera algo
sólo nuestro, algo íntimo y personal. Llegamos a esta decisión después de
haberlo sopesado detenidamente.
Pasado este primer obstáculo, el
resto fue bastante fácil de decidir: nos casó el señor alcalde de Aguilar de la
Frontera, querido amigo de mi futuro esposo. El lugar elegido para el enlace,
unas Bodegas de la localidad.
¿Mi vestido de novia? Lo decidí
el mismo día de la boda. Tenía 3 opciones posibles, 3 vestidos de encaje de
aire vintage, comprados hacía ya tiempo, que esperaban en mi armario la ocasión
oportuna para ser estrenados. Finalmente elegí el rosa. Lo llevé con botas
altas negras y con chupa de piel (o como se dice ahora con una biker).
¿El traje de mi futuro
esposo? Unos vaqueros, una camiseta de
los Beatles y su biker negra.
Y así fue como nos casamos, entre
barriles de vino, sin disfraces, siendo nosotros mismos.
La ceremonia fue preciosa, aunque
imagino que eso opinarán todos los novios. Dijimos nuestros votos, hechos ex
profeso para la ocasión y nos cantamos unas canciones. ¡Tres meses que me tuvo
ensayando!!!! Y es que si hay algo que hago realmente super bien es cantar mal,
eso lo clavo. Reconozco que fue muy divertido el proceso de ensayar. ¿El
resultado? Nos olvidamos de la mitad de la letra, de los tonos y casi no me
salía la voz. Pero fue realmente emotivo. Un torrente de emociones,
sentimientos y lágrimas, muchas lágrimas. Y felicidad. Mucha felicidad. En ese momento era como si no hubiera nadie más en la sala, sólo nosotros dos, mirándonos a los ojos, dejándonos llevar...